martes, 2 de agosto de 2011

Villanos del silencio. 2/8/2011

Juantxo, el silencioso




Carlos me contó algo curioso hace días: Héroes del Silencio no sólo suena hoy en Costa Rica, sino que es todo un hit.

Hoy me he despedido de mi anfitrión con la esperanza de reunirnos de nuevo antes de que él o yo volvamos a España. Al alba, después de comprobar que el insecticida había hecho su función (mi mochila amaneció ayer infestada de diminutas arañas recién nacidas cuya madre las había desovado en alguno de los pliegues) he cogido un autobús que me ha traído al Sur del país, a la península de Osa, después de un viaje en el que he rebotado como un gato en una lavadora.

Ha tenido su encanto, no digo que no, pero transitar por caminos de grava con cráteres más que baches y con un calor tropical del bueno, agota.

No obstante he llegado a Puerto Jiménez a media mañana donde una ducha y un skype con mi familia me han reconfortado (era el cumple de mi primilla Amaya y he pillado a muchos Marina reunidos, incluidos mi hermano y mi madre, además de mi otra tía y abuela).

El viernes tengo hecha la reserva para una expedición de dos días al parque nacional de Corcovado. Eso sí que va a ser jungla de la buena. Serpientes y ranas mortíferas, tapires, cocodrilos marinos, tiburones toro, monetes, cerdos salvajes... Tanto es así que en todas las guías recomiendan contratar un ídem. Ya tengo el teléfono de uno, mañana le llamaré a ver si puedo unirme a un grupejo para abaratar costes.

Puerto Jiménez es un pueblo incrustado en la delgada línea que separa el océano Pacifico de la jungla, muy cercano a Panamá y antiguo puerto bananero.

Con el alojamiento, y por exigencias del guión, hoy me he salido cinco dólares del presupuesto y duermo en un bungalow de un hostel finolis. Tiene salida propia al mar, y te dejan bicis y kayaks cuando quieras, para recorrer el pueblo o la bahía que se abre ante él, donde abundan los delfines y peces vela. Mañana me mudaré a uno más económico.

Nada más llegar me han recibido una iguana y una ardilla, pero las alimañas menores ya no me emocionan tanto. Lo que sí me ha emocionado es conocer a Juantxo, aunque me ha costado lo suyo.

Con la bici me he hecho una excursión hasta una playa virgen y hermosa cinco kilómetros al norte de Puerto Jiménez. Hacía calor, pero yo pedaleba feliz, observando a las lapas (es como llaman aquí a los guacamayos) chillarse unas a otras y a las vacas (que aquí tienen orejas enormes y giba) ramoneando en la sabana. La playa estaba desierta, como dice la canción. Una ola larga como un día sin pan rompía contra la arena oscura produciendo un sonido similar al de los coches al transitar por una autopista. La ola era grande, pero el agua parecía calmada un poco más adentro.

Así pues, al llegar todo sudado y sucio por el polvo del camino, me he quitado la camiseta y, ni corto ni perezoso, me he ido a dar un chapuzón en ese agua tibia y salada. He aguantado una ola, nada más. Con el agua aún por la cintura, el tarantán ha sido como el que propinó el toro a José Tomás el día de su regreso. La ola me ha derribado volteándome bajo el agua y golpeándome con una ráfaga submarina de cocos, ramas y piedras.

He entendido a la primera porqué la zona estaba desierta y he celebrado que así fuese, para que nadie se mofase de mis intentos por sacar gravilla de mis orejas, nariz y bañador.

Cuando me iba, un viejo de pelo largo y arrugado como una pasa, se ha metido tranquilamente en el mar justo después de que una ola rompiese y rebasando la siguiente antes de que lo hiciese de nuevo. Así que ese era el truco, viéndole a lo lejos hacer el muerto tan feliz, he comprobado que efectivamente era una zona tranquila para el baño siempre que uno sepa el truco de como meterse en el agua. Por lo visto hay que ser muy viejo y muy arrugado para saberlo. Yo, no obstante, mañana iré a una playa turística que he fichado con toda paz.

Después de ver el chapuzón del hombre, he emprendido mi regreso al hostel, no sin antes detenerme en los manglares para visitar al citado Juantxo. Un cartel advertía de que no se podía estar más de quince minutos en a zona, así que me he apresurado, no sin cierto temor, a conocerle. Palo en mano por si las moscas, escrutaba las raíces de los arboles bañadas por las aguas estancadas del pantano.

Nada. Ni un par de ojos saltones, ni un morro... Juantxo no se dejaba ver. Hasta que el vuelo de una garza blanca me ha puesto sobre aviso. Ella se ha librado, mostrándome a su atacante. Ahí estaba, inmóvil, apenas distinguible en la superficie, como un tronco.

De pronto, con suavidad ha asomado a la orilla, a escasos dos metros de mí. Eso es lo que mediría de morro a punta de cola. Había más como él, poco a poco los he visto. Camuflados en su inapreciable línea de flotación, oscuros. Todos con esa sonrisa maléfica y plagada de dientes cónicos, y esa mirada inerte pero penetrante.

He contado siete caimanes, algunos pequeños, otros temibles. Mudos, pacientes, invitándome sin decirlo a verlos más de cerca. No lo he hecho, me he limitado a observarles desde la orilla en su quietud, oyendo únicamente los mosquitos a mi alrededor y fascinado por tener ante mí seres a los que la evolución apenas ha rozado. Era como ver dinosaurios. Pero estos no rugen, no hacen ruido, ni pisan fuerte. Solo esperan en silencio. Esperan a que una ardilla sedienta se confíe, a que una garza se tropiece al despegar, o a que un turista se acerque más de la cuenta para retratar su siniestra sonrisa.

Ahora ceno un ceviche de pescado contemplando la bahía, que se ha puesto brava a la espera de una tormenta. Un chaval acaba de sacar de ella cuatro peces enormes, de los cuales el único que me sonaba era un jurel.

Leo el "Extra", el periódico más vendido del país, según reza su cabecera. Titula como la prensa española de los años sesenta: "Defiende su bici a puñal y mata a dos" o "Benemérito ex presidente honrado por autoridades".

En la radio de la cantina suena "Entre dos tierras". Oyendo la canción me acuerdo de Juantxo y los suyos. Me caen bien, pero a los dueños de esa sonrisa y de esas fauces no les pega el apelativo de héroes, sino más bien el de villanos. Los Villanos del Silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario