viernes, 19 de agosto de 2011

Tortuguero. 19/8/2011

Volver a Costa Rica es, indudablemente, regresar a una naturaleza
desbordante, donde la vegetación se desaparrama inundándolo todo,
donde el agua del río y el mar rodean la foresta ofreciendo hermosos
contrastes de quietud y violencia, y donde las criaturas de todos los
reinos de animalia posan sin timidez ante los ojos de los hombres. Es
un lugar ideal para extraer lecciones, reflexionar, divagar...

"Tortilla y circo"
Si ayer colgaba un post sobre la nostalgia del hogar y la patria,
bastó apenas media hora para que un grupo de encantadoras españolas
con las que he coincidido en mi hostel me invitasen a su mesa para
compartir un emotivo y simbólico menú: tortilla de patatas.

Es difícil precisar la delectación con la que saboreé el cotidiano
manjar, doblemente sabroso al haber sido preparado por manos amigas.
Curiosamente las amistades del viajero suelen tener dos rasgos
característicos aparentemente difíciles de combinar: fugacidad e
intensidad. Cuando estás fuera y encuentras a personas en tu
situación, especialmente si hablan tu lengua, por muy diferentes que
sean de ti, enseguida se ponen de relieve las cosas en común, las
experiencias compartidas.

Incluso la confianza se cimenta pronto entre personas que, de haberse
cruzado en sus vidas cotidianas, apenas se habrían tratado con cortés
indiferencia. Luego cada cual toma su propio rumbo, quizás separándose
para siempre, pero el recuerdo, una foto, un mail, permanecen.

Las conversaciones en estas ocasiones en seguida discurren por lo
personal. Todos queremos saber cosas de los demás, y preguntamos con
sincero interés sobre las respectivas vidas reales, las historias
ajenas.

Algunas de esas historias personales que llegan a mis oídos por boca
de sus protagonistas son tremendamente interesantes, y de todas saca
uno un nuevo conocimiento, un punto de vista sobre ciertas cosas que
nunca creyó poder tener. Riqueza pura.

La sobremesa de ayer fue realmente divertida. Resulta que las chicas
que me invitaron a cenar tortilla española son maestras (lo de el
número de docentes que he encontrado en mi camino merece capítulo
aparte).

Lo mejor es que tres de ellas han sido hasta hace poco maestras
circenses, un oficio del que hasta ahora ignoraba su existencia. Son
contratadas por el Ministerio de Educación para garantizar ese derecho
a las decenas de niños y adolescentes que recorren la geografía
española haciendo malabares, domando fieras o viendo como lo hacen sus
progenitores en circos grandes y pequeños.

Me refirieron cosas muy curiosas: las ventajas y desventajas de una
existencia nómada, la vida en una caravana, cómo se imparten las
clases en un tráiler-aula, o la sordidez que este mundo de ilusión,
luces, acróbatas y payasos, oculta entre bambalinas.
Dos de las maestras de circo ahorraron durante años y ahora viajan por
América sin un rumbo a corto plazo. Su último objetivo es llegar a
Tierra del Fuego, en Argentina, pero sin prisa. Calculan que sus
ahorros aún les permiten un año de vagabundeo y aventura. Partieron de
Calfornia y ya llevan once meses de viaje.

Entre las experiencias y personajes que han encontrado, destacaron la
historia de un joven ciego de Murcia que lleva viajando desde hace
meses con la única compañía de su fiel perro Lazarillo. O la de dos
tipos que están dando la vuelta al mundo a pie... Gente admirable, de
algún modo.



"Las leyes del pantano"
Tortuguero es un agradable pueblecito costero al cual no llega
carretera alguna. Se levanta en una porción de tierra encerrada entre
el mar Caribe a un lado y una serie de ríos, canales, tierras
pantanosas y selva, al otro.

Durante la mañana de hoy he recorrido en canoa, junto a Ianire,
Carlos, Amparo, y el guía Mauricio, los ríos y canales de agua marrón
que aíslan a este lugar del mundo exterior. Con el suave rumor del
agua, al verse removida por cada golpe de pala, han desfilado ante
nuestros ojos majestuosas garzas pescadoras (una especie de aquí
utiliza insectos que arroja al agua para atraer a peces con los que se
deleita). También nos han saludado familias de monos araña, con sus
piruetas imposibles en las copas de los árboles; aves extrañas y
escandalosas; arañas altivas colgadas de una red que al reflejo del
sol parecía tejida con hilos de oro; discretos caimanes de mirada
vidriosa y calculadora; y toda clase de reptiles:  tortugas de agua
dulce, iguanas y basiliscos. Estos últimos nos han obsequiado con un
impresionante espectáculo al caminar velozmente por las aguas haciendo
equilibrios con su magro cuerpecillo de color verde chillón. Por aquí
los llaman 'jesucristos'.



Todos estos seres parecían disfrutar del sol que se filtraba a través
de la selva, indiferentes a nuestra visita. No molestan al hombre si
éste cumple el pacto y solo mira. Pero el ser humano es curioso e
imprudente, sobre todo cuando apenas ha empezado a vivir. En 2005, un
chaval de trece años se bañó en una zona del río vetada al hombre y
ferozmente custodiada por los monstruos de los pantanos. De nada
sirvieron las advertencias y ruegos de sus amigos. Cruzó la línea y el
cocodrilo se cobró un alto precio. Ante el espanto de sus compañeros,
el joven desapareció entre las crueles fauces de un gigante y jamás se
encontró de él el más insignificante rastro.

Nuestro guía nos contó que poco antes de su trágico fin, el púber
había encontrado en la orilla arenosa unos huevos y los había
destrozado. Desde el agua, la fría mirada de la madre esperó el
momento de la venganza, camuflada en el color del agua, demostrando
que estos animales pueden fijar un rostro en sus cerebros jurásicos y
reconocerlo al tiempo.

Escalofríos aparte, la verdad es que la jornada no pudo ser más
completa en lo que a observación de animales se refiere.
"El tiempo de las tortugas"
Con el simpático grupo de maestras y un chaval mejicano que les
acompaña, fui a las cuatro y media de la mañana, -aún noche cerrada- a
ver cómo desovan las gigantescas tortugas que dan nombre al pueblo en
una playa cercana.
El espectáculo, admirado en respetuoso silencio, era casi místico.
Despuntando el alba, un enorme ejemplar de estos animales, que quizás
vino al mundo mientras Europa se batía a bayonetazos en la Gran
Guerra, prolongaba su especie poniendo cientos de huevos, de los
cuáles solo uno de cada cien llegará a la edad de su madre.

La cara cansada y llorosa de la vetusta tortuga, que removía con sus
aletas -más diseñadas para la navegación que para la minería- kilos de
arena para depositar su descendencia, pareció cambiar cuando reptó
lentamente junto a nosotros de vuelta al mar.

Viendo a las primeras olas romper en su grueso caparazón, creí verla
sonreír, sabiendo que con los peligros y los esfuerzos empleados en el
desove, estaba en paz con el gran azul, había cumplido su parte del
trato en el ciclo de la vida y podía retirarse a un merecido descanso
en su medio natural.



Allí navegará por los siete mares, libre y despreocupada. Y mientras,
en tierra firme, las generaciones de hombres se irán sucediendo, y
seguirán midiendo la vida con años, meses, días, horas, minutos y
segundos, preocupados siempre por el tiempo.

"El tiempo", es este un concepto que para la vetusta marinera que vi
partir entre la espuma carece de sentido desde el mismo momento en que
rompió la cáscara protectora. Sería obsceno que este longevo ser se
preocupase por medir su existencia, teniendo en cuenta que un día la
naturaleza le concedió el privilegio -a cambio de la cita anual en
Tortuguero- de ser la única elegida entre aquellos cien huevos que su
sufrida madre trajo al mundo, y que desaparecieron como lágrimas en la
lluvia.

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