jueves, 18 de agosto de 2011

Morriña y tortugas. 18/8/2011



La verdad es que parece que uno no podría cansarse nunca de la cultura "hamaca". Sin embargo, después de dos días desmovilizado, sin hacer otra cosa que tumbarme a la bartola y ver atardeceres en el mar, ardía ya en deseos de volver a calzarme mi fedora y echarme el macuto a la espalda.

Como el soldado atrincherado que anhela entrar en combate, -pues tal es su estado natural-, así deseaba yo volver a vagar por los caminos.

Recorrer descochadas estaciones, sudar la gota gorda, improvisar destinos, descubrir, admirar. Ya no me quedan muchos días, y debo aprovecharlos.

Esta mañana me aguardó un bote a las seis de la mañana en el muelle sur de la isla. Con él llegué a tierra firme para despedirme definitivamente de Panamá.

Mi visita a este país del que no sabía prácticamente nada antes de cruzar el Paso Canoas ha sido sumamente instructivo. He visto los altos rascacielos de la capital, que fue bombardeada en 1989 por orden de George Bush padre, he dormido bajo el cielo de Kunayala, junto a personas que aún conservan los rasgos distintivos anteriores a la llegada de Colón y heredados de sus ancestros, he buceado con ya saben ustedes qué animales, he conocido a muy variadas e interesantes personas y personajes. Y Me he dejado una pasta, ojo. Panamá, contrario a la creencia, no es barato.

Pero desde luego venir aquí, cosa que decidí en el transcurso de una cena, fue un acierto. Y el haber estado a las mismas puertas de la inmensa Sudamérica me ha abierto el apetito de futuras expediciones.

Ayer pasé el día en compañía de unos simpáticos teutones oriundos de Múnich. Eran una pareja de psicólogos recién licenciados o a punto de hacerlo y una joven profesora de inglés de cara pecosa y amplia sonrisa. La compañía de personas agradables siempre es grata cuando uno viaja consigo mismo, hoy, apenas despuntó el día, volví a ser un llanero solitario.

Mi último gran objetivo en Costa Rica era llegar a Tortuguero, donde me encuentro ahora mismo. Es este otro parque natural en la costa caribeña que linda con Nicaragua y en cuyas playas actualmente desovan las gigantescas tortugas en un ritual de vida que atrae a curiosos de todo el mundo.

De aquí trataré de cruzar a la patria de Rubén Darío dentro de dos días. Conoceré el país someramente por imperativo temporal, pero tomaré mi visita como un aperitivo antes de futuros viajes a la zona.

Bueno, aún queda batalla, así que me retiraré pronto a descansar en compañía ahora de Ianire, otra solitaria, de Bilbao, que acabo de conocer.

En fin, se atisba en el horizonte el final de mi aventura y, aunque viajar es el más elevado y gratificante de los vicios, uno también percibe en la lejanía el fresco olor de las sábanas del hogar, los chascarrillos de la patria chica, los sabores de la tierra y la extrañada sonrisa de caras familiares y amigas.

Ayer, merced a las nuevas tecnologías, pude comunicarme con un buen número de seres queridos. Voces entrecortadas, imágenes congeladas, rápidos mensajes mecanografiados en la inmediatez de un chat... Me hicieron recordar que al otro lado del mar me espera una vida "real", la cual añoro a ratos en medio de este dulce sueño, y que en esa vida me aguardan personas a las que echo mucho de menos por muy diferentes motivos. Llevo 25 días de viaje, 42 desde que abandoné Pamplona en plenos sanfermines.

Así que, en recuerdo del citado poeta nicaragüense, sirvan estos versos que escribió como expresión de la morriña que ahora me invade por instantes en la seguridad cálida y blanda de mi hamaca:

"El retorno a la tierra natal ha sido tan
sentimental, y tan mental, y tan divino,
que aún las gotas del alba cristalinas están en el jazmín de ensueño, de fragancia y de trino".
(...)



Un abrazo.


Mikel

No hay comentarios:

Publicar un comentario